martes, 28 de enero de 2014

De tijeras y motilados

Los periodistas detrás del blog de Periodismo Gonzo no solo quieren verlo desde afuera, quieren además vivir en carne propia la práctica del género periodístico. A continuación De tijeras y motilados, escrito por Juan Pablo Daza. Texto original disponible en www.reportajegonzo.blogspot.com



Lunes 17 de septiembre – 8:00 a.m.

Beep, beep, beep. La banda caminadora empezó a andar y yo, tomado de la baranda de la misma, empiezo a tomar su ritmo. 15 minutos de ejercicio. Lento, despacio, camino tranquilo. Respiro. Pienso en lo que será mi día. Prendo el radio de mi teléfono móvil. Beep, beep, beep. El ritmo aumenta. Sintonizo Caracol Radio. Noticias. Empiezo a trotar. Pssst. Cambio a “La X, 103.9”. Suena Every teardrop is a waterfall de Coldplay (http://www.youtube.com/watch?v=1Kf_6BWcOOg). Beep, beep, beep. Troto más rápido, al tiempo de la música. Vuelvo a pensar en lo que haré hoy: clase de Producción 1, almuerzo con amigos y mi novia en la terraza del quinto piso, Teorías de la Comunicación…algo me falta…sí, La Peluquería. Toco mi cabeza, me paso la mano por el cabello que ya ha empezado a crecer y se puso crespo. Qué será de mí, estoy seguro que me trasquilarán. Pienso. Respiro. Corro. “So you can hurt, hurt me bad…But still I’ll raise the flag…”.

Lunes 17 de septiembre – 12:30 p.m.

Sentados en la mesa donde almorzábamos, mi amigo Juan Pablo y yo pensamos en que tenemos que ir a La Peluquería para hacer las entrevistas de nuestra investigación de Análisis Cualitativo. Necesitábamos hablar con las peluqueras y hacerles una serie de preguntas sobre el lugar, su estilo diferente y la idea del mismo. Qué mejor que hacer esas entrevistas mientras nos cortaban el pelo para, además, vivir en carne propia lo que es ir a este sitio.
El problema: La Peluquería no tiene espejos y uno no puede ver lo que están haciendo con su cabello mientras dura el corte, sino únicamente hasta el final. La idea es que se llega a un consenso con la peluquera sobre lo que se quiere hacer, pero finalmente la peluquera es la que ve todo el trabajo y sólo muestra la cabeza en un espejo al culminar. Se hacen llamar “Las peluqueras asesinas” y, por las fotos que vi en su página web de flickr (http://www.flickr.com/photos/lapeluqueria/), parece ser real.
“Ay nooo, cómo te van a dejar” dijo mi novia, ella tan acostumbrada a mi estilo más bien clásico y ‘juicioso’, peinado hacia un lado, de vez en cuando hasta ñoño. Yo me reí.
Teníamos que llamar a pedir una cita en “La Pelu” (http://www.lapeluqueriabogota.com/). Marqué el número y me contestó Nana, la programadora de citas. “Nana, mi nombre es Juan Pablo Daza, soy uno de los estudiantes de la U. Rosario que fue a La Peluquería hace más o menos una semana y media. ¿Te acuerdas? Que les comentamos que queríamos conocer un poco más del lugar y queríamos hacer un par de entrevistas mientras nos peluqueaban…”. Hecho, todo listo, cuadramos con ella una cita para las 5:00 p.m. y otra para las 7:00 p.m. Era cierto, lo íbamos a hacer, íbamos a cortarnos el pelo en La Peluquería. Hasta ese momento empecé a ser consciente de lo que estábamos por realizar. Sonreí.

Lunes 17 de septiembre – 4:00 p.m.

Mi amigo Juan Pablo y yo, cogimos nuestras maletas y mi trípode, huimos del salón de clase una hora antes de que esta terminara y salimos de la universidad. Qué había que hacer: uno, subir a la Olímpica y comprar unas pilas ‘triple A’ para la grabadora, teníamos que asegurarnos de que la grabación no se fuera a cortar en la mitad de las entrevistas; y dos, imprimir la hoja de preguntas de nuestra entrevista –importantísimo. Hicimos eso, ambos repasamos cada detalle. Chequeamos nuestros bolsillos, revisamos nuestras maletas. Todo listo.
Me sentía inquieto. Empezamos a caminar por toda la Carrera Séptima y a medida que nos acercábamos a la calle 22, mi sensación de ansiedad y nerviosismo iba aumentando. Nos encontramos a nuestra profesora de A. Cualitativo, “¡Muchachos! Qué, ¿ya se cortaron el pelo?”. Nosotros, con una risa un poco nerviosa, le dijimos que íbamos precisamente para allá.
Era una tarde soleada. Caminar la Séptima peatonal me sirvió un para relajarme y tomar un  respiro. Estaba acercándose mi hora favorita del día: esa en que el sol se está poniendo y hace que todo, absolutamente todo, brille con cierto tono amarillo en la ciudad. Mi amigo prendió un cigarro, lo notaba entre emocionado y ansioso. Entramos a una tienda, compramos unos chicles y nos dispusimos a entrar a La Peluquería.

Lunes 17 de septiembre – 5:00 p.m.

Ingresamos a ese restaurante –en la calle 22 con carrera 8ª de Bogotá- que está albergando temporalmente a La Pelu, con su decoración entre colonial y muy posmoderna, colmado de pequeñas manifestaciones artísticas, desde dibujos, estampillas y postales, hasta pinturas. Se llama “A Seis Manos”. Seguimos por un corredor y volteamos a la izquierda, guiándonos por los símbolos que indicaban la zona de peluquería, y nos encontramos con una especie de patio donde la gente se sienta a charlar y a tomar un café. Vimos una pared que tiene un collage de muchas fotografías, organizadas como en marcos de ventanas. Me detuve un momento y las observé, me gustaron mucho.
Subimos al altillo en el que está La Peluquería, un espacio de tamaño mediano-pequeño, y saludamos a Nana. Hablamos nuevamente con ella y nos dijo que debíamos llamar a la directora del lugar para pedirle permiso para hacer lo que queríamos. Bajamos nuevamente a aquel patio e hicimos la llamada. Juan Pablo prendió un cigarrillo. Yo hablé por celular varios minutos con la directora. Juan Pablo me decía cosas para mencionarle. Conseguimos el permiso, no hay ningún problema.
Apenas íbamos a volver arriba, un hombre alto y moreno venía bajando por las escaleras del altillo, lo acababan de peluquear y le habían rapado ambos lados de su cabeza y también la parte de atrás. Le dejaron pelo en la sección superior y se veía feliz con su corte. “¿Vamos a quedar así?” le comenté en voz baja a Juan Pablo. Nos reímos.
Volvimos a entrar, todo estaba listo. “¿Cuál de los dos se va a cortar el pelo primero?”, preguntó Nana. “No sé, ¿yo?”, afirmé y miré a mi amigo. Antes de ir habíamos acordado que él se peluquearía primero… al parecer, según su mirada, la decisión había cambiado y yo sería la primera ‘víctima’. Me quité la chaqueta, saqué la cámara, pusimos el trípode, acomodamos todo y resulté sentado después de haber respondido un cuestionario que hace las veces de “hoja de vida del cabello”.
Mi peluquera iba a ser ‘Lizzred’. “¿Estás listo para un cambio radical?”, me preguntó. Yo, casi temblando, le dije que sí, que hiciera lo que quisiera con mi pelo, pero que solamente no me lo pintara. Ella no  objetó de ninguna forma y se dispuso a ponerme la bata de cuadritos para cubrir la ropa de la caída del cabello.
La conversación empezó, la cámara ya estaba grabando, la grabadora de voz también y sentí cómo la máquina de cortar el pelo pasaba por mi cabeza. Escuchaba de vez en cuando cómo las tijeras motilaban mi cabello. Shick, shick, shick. Sudaba frío. No podía imaginarme lo que ella estaba haciendo con mi pelo, pero tampoco lograba concentrarme bien en la entrevista, como debía ser.
Todo fue fluyendo y en un momento el diálogo se volvió tan ameno entre los tres que simplemente se me olvidó el cabello.
- “Sobre el lugar, ¿cómo nació la idea? ¿De quién fue la idea?”, preguntó Juan Pablo.
- “La idea es de dos chicas a las que les gustaba cortar pelo, eran amigas y empezaron solas y…nada, el proyecto fue creciendo y creo que también se fue llenando de más cosas, no solamente La Peluquería, y ya, fuimos llegando nosotras”, aseguró Liz.
Luego, Juan Pablo siguió:
- “¿Piensas que La Peluquería tiene un mensaje de belleza diferente del de las otras peluquerías?”
- “Pues no sé si a las demás peluquerías. Yo creo también que cada peluquero tiene su versión de los hechos, pero sí estoy segura de que por lo menos sí es diferente  a la estética que ofrecen los medios de comunicación, que es, pues,  Photoshop (risas). Por eso es tan complicado que el referente sean las revistas y las muchachas que salen en TV, porque también hay un montón de tratamientos de la imagen que nosotros simplemente no podemos hacer porque sencillamente no es real. Entonces, pues sí, ya desde ahí la propuesta sí es otra. Y pues esto también basándonos en que no tenemos ni idea de los cortes que se supone que son predeterminados para la gente, ¿no?”
Después, yo pregunté:
- “¿Te sientes con algún poder al no tener espejos? ¿Cómo lo manejas?”
- “Sí, Uno se siente…bien, muy bien, es muy chévere, (risas). Es igual una responsabilidad, pero es tanto responsabilidad como poder. Sí, tener la cabeza de alguien en las manos es  en la literalidad y en lo metafórico (…).Igual también creo que el estar ahí sentado, genera un montón de humildad en el otro, entonces eso hace que el trato sea mucho más ameno también, porque  sí es como ‘bueno, tenemos que ser amigos por una hora por lo menos’, (risas); dijo la peluquera.
- “O sea que mi vida está en tus manos por una hora…” dije yo.
- “Sí, igual bueno, puede que por un mes, (risas). ¿No? Hay gente a la que la pueden echar…o no sé”, afirmó Liz.
- Juan Pablo dijo: “Me imagino que todas las reacciones después del corte son muy distintas. ¿Cuál es la diferencia, a grandes rasgos, en la persona que se corta el cabello por primera vez y la que ya tiene una asistencia previa y se lo ha cortado varias veces? ¿Tú crees que la reacción es muy distinta?”
- “Claro que sí. Pues yo creo que igual siempre hay un pequeño sustico y una ansiedad mientras tú estás ahí sentado…” manifestó Liz.
- “Uy sí, (risas).”, la interrumpí.
- “(Risas) Viene temblando como desde hace una hora, desde la 19”, dijo Juan Pablo.
- “Es más fácil que se lo preguntes a él que a mí, (risas)”, expresó la peluquera.
- Retomando, dije: “pero, ¿qué decías? Que siempre hay un sustico…”
- “Pero…pero digamos que sí, es confianza ¿no? Pues confías más a medida que va pasando cada corte. Entonces sí, hay personas que en su primera vez están más asustadas que otras, pero, como te decía, simplemente hay gente a la que no le da miedo cambiar y punto”, reiteró Liz.
Confiar. Sí. Confiar. Gente que no le tiene miedo a cambiar. ¿Qué tanto tendré yo de uno de esos? Creo que no mucho. De vez en cuando volvía a pensar en cómo debía estar quedando y me pasaba de todo por dentro. Seguimos charlando.

Lunes 17 de septiembre – 6:30 p.m.
“Listo, ya puedes ir a mirarte al espejo”, me dijo Liz, tras haberme lavado y secado el cabello. Ya había culminado el corte. Ese espacio de tiempo fue eterno. Duré unos dos minutos más sentado en la silla, mientras ellos seguían conversando. No quería mirarme al espejo. Tenía miedo, nervios y un poco de curiosidad por el resultado, sólo un poco. Me levanté y me dirigí hacia el espejo, tenía un sentimiento extraño.
Vi mi rostro, miré el lado izquierdo de mi cabeza. Bien, todo normal, me gusta mucho. Volteé a descubrir el lado derecho, en el que había sentido más la máquina. Abrí los ojos, me toqué la cabeza, asombrado. Qué es esto. ¿Soy yo el que está ahí al frente?.
Liz acercó otro espejo para ver la parte de atrás. Eso que parecían conchitas de pelo en mi cabeza iba hasta abajo. No me lo creía. No me gustó. “¿Qué tal?”, preguntó Liz. “Me gusta mucho el lado izquierdo, el lado derecho no me gustó tanto”, le dije. No hubo ninguna reacción mala por parte de ella. Ahora había que pasar a hacer la entrevista de la otra peluquera, la que cortaría el pelo de Juan Pablo.
¿Qué pensarán todos?, me reía solo. No importaba cómo había quedado, luego pensaría en eso.

Lunes 17 de septiembre – 8:00 p.m.
Después de otro buen rato de entrevista, una conversación muy amena y ya habiendo cortado el cabello de Juan Pablo, nos dispusimos a salir. A la larga, estábamos felices. Mi amigo les preguntó a las peluqueras si de vez en cuando no se tomaban un traguito en el trabajo. Ellas respondieron que claro, que cómo no. Así que él salió y volvió a los 5 minutos con una botella de aguardiente. Nos ofreció a todos los que estábamos ahí. Yo no tomé, tenía mucha hambre y nada de ganas de trago, además que no suelo hacerlo. Las peluqueras se pusieron muy contentas y Juan Pablo les dejó la botella junto a la caja registradora. Pagamos, claramente.
Salimos de La Peluquería y sentí mucho frío en mi cabeza. Siempre pasa que después de tener mucho cabello en la cabeza, el salir al aire libre es duro. Cada uno tomó su rumbo. Yo cogí Transmilenio hacia mi casa y, ya estando dentro del bus, me encontraba con miradas aleatorias de personas desconocidas. Estas observaban con asombro y cierto detenimiento mi cabeza. Me pregunto qué pensarían. Volteaba a mirar hacia otro lado del bus y, cuando de nuevo me fijaba en la parte hacia la que veía antes, descubría uno o dos curiosos que me observaban.
Qué extraño es. Antes pasaba desapercibido como cualquier persona y ahora ver esto. Me causó gracia.

Martes 18 de septiembre – 7:00 a.m.
Me levanté para ir a clase en la universidad y, aún con sueño, entré al baño a ducharme. Me sorprendí. En medio de mi sueño no recordaba cómo había cortado mi pelo. Me reí. Palpé con ambas manos mi cabeza. No lo podía creer. Así como mis papás y mis hermanos no podían creer la noche anterior, apenas entre a la casa, que me había hecho semejante corte. Se rieron asombrados, pero les pareció algo chévere y curioso. Punto a favor.
Pensaba en cómo sería todo al llegar a la universidad.

Martes 18 de septiembre – 9:00 a.m.
El trayecto en el Transmilenio hasta la universidad, igual al de la noche anterior, miradas y más miradas encontradas. Mis amigos, pasmados. Me tocaban la cabeza y duraron varios minutos en convencerse que ese era yo. Mi novia, más que atónita. Le entró una risita nerviosa apenas me vio y no hacía más que mirar mi cabeza y decir que era muy extraño verme con ese corte. Dijo que me veía ‘churro’. Para mí, eso fue suficiente.
Y sí, sigo siendo yo.

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