martes, 28 de enero de 2014

Un paseo a la Olla


Los periodistas detrás del blog de Periodismo Gonzo también escriben sus historias teniendo como base este género periodístico. Aquí Un paseo a la Olla, escrito por Guillermo Ospina. 
Agradecimientos: www.periodismogonzo.blogspot.com

Un paseo a la Olla
En una tarde lluviosa, son las 3:30 pm, voy con un compañero y nos disponemos a ir por primera vez a la “L”, considerada como una de las principales “ollas”, expendios de drogas, de Bogotá. Nos encontramos en la estación de la Jiménez de Trasmilenio, salimos por la salida sur de la estación y cruzamos la calle hacia el occidente, posteriormente nos dirigimos en sentido sur de la Caracas hasta la plazoleta de los Mártires que queda al frente de una lujosa construcción con una imponente y bella fachada, es la Dirección de Reclutamiento y Control de Reservas del ejército. Al cruzar la plaza volteamos a mano derecha, por la calle 10 y llegamos a la “L”, que queda ubicado a espaldas del antiguo Batallón Presidencial a menos de una cuadra de distancia.
En la entrada se ubican dos hombres, que miran atentamente a quienes entran al lugar, sus miradas causan temor pero cuando menos lo pensamos ya estamos inmersos en esta mencionada calle y empezamos a percibir distintos puestos instalados en el lugar. En un principio eran caracterizados por la venta de zapatos, bicicletas, gorras y/o elementos que se pueden considerar “comunes” para negociar (artículos robados). Caminamos dos o tres metros más adentro del callejón y vimos que los negocios ya se transformaban totalmente, la forma del lugar se asemejaría totalmente a una plaza de mercado con muchos puestos de comida a sus costados. Aunque la única comida que vimos en estos puestos fue unas pequeñas migajas y baldadas completas de un mazacote con un olor algo molesto, se trataba de dos productos muy conocidos dentro del ambiente que allí se maneja: moronas de ponqué, las cuales son vendidas por la módica suma de 100 pesos, y calentado, el cual corresponde a esa extraño mazacote, el cual se consigue por el mismo valor.
Dentro de la L hay un pequeño y estrecho callejón al cual nos metimos y encontramos de un lado pequeños casinos con maquinas traga monedas, tiendas en donde venden cerveza y tienen rockolas con música a todo volumen, en especial rap y rancheras. Pero afuera se podían ver unos sujetos, “jíbaros”, sentados en una mesa negociando lo que se conoce como la “bicha”, el “carrazo”, o el “pistolo”, que son las distintas presentaciones en las cuales se puede encontrar el bazuco, a su vez conocido como “paco”, la cual además se encuentra entre las drogas más baratas de Bogotá, pues se vende en pequeñas dosis que bien se pueden conseguir en 200 pesos allí. A su vez se encuentran niños que no aparentan tener más de diez o doce años, los cuales consumen droga con tranquilidad y sin supervisión alguna. Se acercan unos indigentes que nos preguntan: “¿que buscan?, ¿qué necesitan?”, este tipo de vendedores se encuentran en todo el lugar en busca de clientes, clientes inexpertos de los cuales puedan aprovecharse.
Al frente de estos negocios está lo que se conoce como “sweets”, espacios donde la gente que ingresa a comprar marihuana puede ingresar para consumirla. Habían “sweets” para todos los gustos, unas con música propia y televisores que presentan los videos, otros con asientos de madera, otros con grandes y al parecer cómodos sillones. Con mi compañero decidimos entrar a uno de estos sitios y comprar un “moño” de marihuana, que equivale a unos cinco gramos aproximadamente. Nos impresionamos al ver esos platones que usualmente se usan para la comida de las mascotas, llenos de marihuana hasta reventar, la cual era casi acariciada o como se conoce “rascada” por señoras ya de edad de gran corpulencia. Una de las que atendía el sitio, ubicada en una silla de oficina de gran tamaño, de esas que tiene cinco ruedas contra el piso, nos dijo “bueno a ver qué es lo que quieren”. Pedimos entonces la porción de marihuana y unos cuantos “cueros”, papel con el que se arma el “porro” o cigarrillo, para fumar allí y no despertar desconfianza en el ambiente, impactados escuchamos “son 2000 pesos” ya que en otros lugares donde se frecuenta la venta de marihuana se consigue entre 4000 y 6000 pesos la misma cantidad. 
Por la lluvia y la hora, en la “sweets” no encontrábamos puesto, con extrañeza y preocupación nos quedamos estáticos después de realizar la compra. La señora que acompañaba a la que nos vendió nos dijo que ya nos abría un espacio.  Se dirige al espacio de atrás en donde se encontraba un hombre profundamente dormido y perdido en un sillón. Le golpea suavemente y en tono un poco fuerte le avisa que se tiene que mover, el hombre no entiende lo que pasa y entre sus pocas capacidades se levanta un poco y se mueve al puesto de alado. La señora nos hace la seña para que nos dirijamos al sillón, mientras tanto las personas presentes en el lugar tienen una mirada atenta a lo que pasa. Es así como los dos nos sentamos en uno de los sillones y nos preparamos a iniciar el ritual que se genera en el lugar.
En el sillón de apariencia realmente paupérrima y con la temperatura y olor del hombre que estaba antes dormido en este, iniciamos a armar el porro de marihuana. Actuábamos como si no ocurriera nada fuera de lo normal, sin embargo la tensión y la inseguridad que sentíamos por dentro era terrible. Entre más y más pasaba el tiempo las manos empezaban a enfriarse, el temblor  invadía nuestro interior, y las ganas de salir cuanto antes no se hacían esperar; Terminamos de armar el porro, nos fumamos los plones y el ambiente a pesar de saber que era tenso, que había de toda clase de gente, y que se veía todo tipo de “parches” dentro del lugar, empezó a tornarse un poco más ameno, seguía la tensión y la desconfianza ante todo, pero el efecto de la marihuana lo acalló un poco.
En el lugar entraban y salían personas constantemente, nos impresiono primero un joven, con maleta y ropa formal. Por su apariencia creemos que es estudiante universitario. Llega solo, compra su dosis de marihuana, entra al recinto, se sienta en el pedazo de madera que esta como asiento, arma un porro y mientras se lo fuma va escondiéndose el resto de la dosis. Termina rápidamente de fumarse su porro y se va del lugar.
Mientras tanto una persona, que al parecer no se encuentra del todo bien por su expresión en el rostro, que se encuentra al frente nuestro nos pide plata para un cuero, nosotros para no darle dinero le regalamos uno de los nuestros. En muestra de agradecimiento nos ofrece de lo que esta fumando o aspirando. Lo que tenia era una especie de porro que metía en una botella de coca cola la cual a su vez estaba llena de algo amarillo y gelatinoso por dentro, creemos que es Crack. Decidimos no aceptar, el hombre le sigue ofreciendo a las personas que están a su alrededor, algunas si le reciben y comparten de lo que fuman.
Se ven personas que llegan a comprar y saludan a los vendedores como amigos y charlan algún rato, pero en general las personas circulan rápidamente y evitan demorarse mucho. Mientras que seguimos fumando con extrañeza y sorpresa vemos que entran dos mujeres y un hombre, este ultimo tenía un bebe en sus brazos. El bebe asoma su cabeza, a su alrededor solo podía ver personas consumiendo drogas y con mal aspecto. Las tres personas suben a un segundo piso, el cual está hecho todo en madera, no se ve muy resistente pero circulan con rapidez y constancia las personas. Sientan al bebe en un sillón mientras un hombre con cadena de plata en el pecho y con mirada perdida le fuma prácticamente en la cara al bebe.
La lluvia sigue cayendo y el lugar empieza a llenarse cada vez más y más. Un hombre que se encuentra al lado nuestro empieza a pedirnos que le regalemos marihuana para que se pueda armar un porro, el señor nos produce bastante desconfianza, le damos un poco de marihuana. Sin embargo su mirada sigue siendo intimidante para nosotros, esperamos un rato y decidimos que es hora de retirarnos.
Intentamos salir rápida y ágilmente, mientras tenemos en nosotros la mirada atenta de todos los presentes. Al devolvernos nos fijamos que habían puestos en los cuales tenían también vasijas llenas de hoja de coca y perico. Y es así como vamos saliendo finalmente de nuestro paseo a la Olla. Mientras salimos del sector, las calles que se encuentra alrededor del la L son de comercio de todo tipo, desde artículos escolares hasta venta de tubos y tejas para la construcción. Transitan familias, señoras de edad, niños solos. Al parecer todos prefieren omitir el lugar y ni reconocerlo. En la avenida Jiménez se ve gran cantidad de policías que haces constantes requisas a jóvenes que transitan, seguramente para encontrar algún comprador de la L. ¿Pero por que la policía no se acerca más a la L?, ¿Por qué se intenta esconder un sector tan peligroso e ilegal? Al perecer simplemente se prefiere omitir a la L y a todo lo que en ella ocurre y existe.

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